Madrid-Lima. Tan solo 11 horas.
Después, mucho más azul el océano continuaba aplastante pero a nuestros pies. Azul y más azul interminable. Seis horas de uniformidad cromática salpicada por suerte por algunas nubes. Nubes de todos los tamaños y posiciones. Más azul, y más y más. El sueño te acaba venciendo inevitablemente. Pero hay tiempo para todo.
Al despertar, adivina, más azul.
Pero nada es eterno y así por fin unas manchas más oscuras anuncian el acercamiento a la costa de brasil. Si por fin el nuevo continente y entonces empieza de nuevo el mar interminable pero esta vez ya no es azul sino verde. Un nuevo océano a base de copas de frondosas copas arbóreas. Ufffffffffff. Horas
Pero esta vez conseguí ver una monstruosidad. El gran rio. Tan grande que desde la altura no podia ni calcular su anchura en la que de seguro cabrian muy bien algunas de las ciudades que conocemos. En una selva del tamaño de Europa el tiempo se detiene a pesar de viajar a 1000Km/h. Cuatro horas de asombroso verdor, después de eso el terreno se comienza a elevar, al poco el verde se vuelve ocre, las elevaciones crecen y crecen tanto que la distacia con el avión se reduce a la mitad... Uffff de nuevo.
Ya estamos cerca. La cordillera empieza a descender y a ocultarse bajo las nubes a medida que nos acercamos al pacífico y de repente el piloto (no se si automático) decide que hay que bucear entre ellas (las nubes). Baja y baja hasta que todo a nuestro alrededor se vuelve de color blanco.
Ya no hay nada, solo la sensación de que descendemos más y más y más
De repente otro mar, otra costa, once horas después aparece lo que ya me es familiar.
De nuevo en Lima. La gente aplaude. Llegamos.